martes, 7 de septiembre de 2010

Experiencia de vida.

No me paro a narrar los hechos acaecidos el sábado 28 de madrugada, día de S. Agustín, africano, a quien atribuyo la intercesión ante nuestro Señor tanto por la persona agresora como por mi mismo que ambos saliéramos ilesos del percance.

Los escribo, en primer lugar para que se enteren “las sordas”, que la semana pasada a pesar de decirlo en las homilías no se enteraron, en segundo lugar porque si os lo explicara de viva voz me emocionaría y prefiero llegar hasta el finaL del mensaje y en tercer lugar para que lo podáis explicar a quien os lo pida.


Ha sido una semana intensa de emociones que me ha hecho crecer aún más a nivel humano y sobre todo de fe.


A nivel humano, como sabéis hace tiempo que vengo diciendo que necesito un cambio y es que los tiempos de monotonía me sientan mal. Hemos nacido para estar inquietos. Esto que ha pasado, una vez se sosieguen los nervios, será como un nuevo empezar. De hecho tengo la sensación de que todos los días son nuevos, un regalo de Dios.


Desde el punto de vista de la fe la experiencia esta siendo honda y rica, como unos ejercicios espirituales. No sabéis que diferente se reza el Padre nuestro. “Libranos del mal...” “Perdona nuestras ofensas como...” y sobre todo la vivencia de un trocito de la cruz. Cruz que padecen los sin papeles, los perseguidos y maltratados... Existen, están entre nosotros y les toca vivir cada día la angustia y la incertidumbre. Esa cruz, la cruz de Cristo es ignorada. El murió por nosotros y nosotros debemos de entregar la vida por los hermanos. Así lo han hecho los que han ayudado a la persona agresora y todos los que estamos preocupados por él, porque él es la verdadera víctima: sin papeles, enfermo mental, sin futuro en nuestro país y sin deseo de volver al suyo. Esperemos que por fin reconozca las dificultades que tiene de integrarse aquí y quiera regresar.

La cruz es ignorada y vista como inútil. Pero es la que da sentido a nuestra vida. A pesar de que nos digan “os está bien empleado por ayudar a esa gente” seguiremos luchando por un mundo más justo. A pesar de que nos digan “les dáis comida y la vienen a buscar en cochazos” como sabemos que lo normal no es eso, seguiremos ayudando. A pesar de que ignoran el dolor y el sufrimiento de un vecino que está siendo agredido... – no había nadie en la calle, y los que se asomaron se escondieron sigilosamente – seguiremos ayudando. Nos equivocaremos muchas más veces porque esa es nuestra misión. Nosotros no podemos ignorar el sufrimiento humano porque es el sufrimiento de Jesús en la cruz que da su vida por nosotros para redimirnos a través del amor entregado.


Respecto a mi persona no tengo miedo, y no por ser un ingenuo, puesto que hemos reforzado las medidas de seguridad. Hace más de veinte años, cuando empecé a trabajar con los enfermos de SIDA y en aquel tiempo no se conocía mucho la enfermedad, mucha gente tenía miedo del contagio. Yo le dije a Nuestro Señor: “Aquí estoy para hacer tu voluntad, para estar con estos que nadie quiere, si me muero tu te pierdes un cura, y con lo mal que andamos de clero tú mismo, a mi me da igual morirme o servir a los demás” Con la misma familiaridad que se habla a un padre así le hablé al Señor poniéndome en sus manos. Y desde entonces sigo en lo mismo. Cada día es un regalo del Señor para ponernos a su disposición.


He comprobado las muestras de afecto y cariño sincero de vosotros, desde los que no os habéis atrevido a llamar pero os habéis interesado, hasta los que habéis insistido en que me fuera a pasar unos días a vuestra casa. ¡Cuanta familia tiene un cura! La que más valoro es la de mi madre, a la que tardé en contárselo seis días. Fui a su casa, a Badalona y después de una cena donde los dos intentábamos estar serenos, después de compartir la sobremesa con mi hermana y mi cuñado, ya tarde, dice “vamos” haciendo un ademán de levantarse, y digo yo “eso, vamos a descansar que es tarde”. Ella dice “vamos... a Terrassa” Cansada como está por el peso de los años quería venirse para cuidarme. Es una mujer de pocas palabras y besos, pero los hechos son de oro de muchos quilates.


He comprobado en estos días la fragilidad de la vida, el misterio de la vida. Cada día, cada segundo, es un regalo. Podemos perder la vida de tantas maneras y no valoramos lo que tenemos.


He vivido la indignación de un país desorganizado: no podemos tener a gente sin papeles, sin recursos, abocados a la desesperación. No se trata de poner un estado policial, ni de aumentar las penas de prisión, se trata de poner orden con tantas personas que están fuera de lugar, que no les dejamos entrar en el sistema pero tampoco les ofrecemos otra alternativa.


Hemos vivido la decepción de que el agresor formara parte de la comunidad. Supongo que todos hemos aprendido que ser católico, o sacerdote, no es una garantía de buena conducta. Aquí hemos fallado cuando a lo largo de los meses las conductas violentas y de no integración las disculpábamos porque formaba parte de la comunidad. La discriminación positiva es un error.


Me duele enormemente la “etiqueta” que nos quieren poner como parroquia peligrosa, uniendo este hecho con los que pasaron con el anterior párroco. Son casualidades. Espero que la lucha por “normalizar” siga adelante. La peor marginación es la de la fama. A veces hay gente que para sentirse ellos bien necesitan que los demás sean desgraciados. Y si se empeñan en que seamos marginados lo seremos. Como aquel que lo iban a enterrar y dice: eh! que no estoy muerto... Y le responden calla lo que estás es mal enterrado.


Finalmente de todo esto no me quito de la cabeza al pobre chico que es la verdadera víctima. Cada bocado de comida me sabe mal cuando pienso que estará perdido por las calles. Tengo claro que debe de aprender los límites de nuestra sociedad: respeto a la autoridad, a las personas, a la propiedad privada y la manera de comunicarse en castellano o catalán que nunca quiso aprender, y no con la violencia como a veces lo hacía. Todo eso no hemos sabido enseñárselo. Recemos por que lo aprenda y pueda encontrar un lugar donde vivir pacíficamente.


Gracias a todos.

Mn. Alfons Gea Romero.
Rector de la Parròquia Mare de Déu de Montserrat.