viernes, 21 de octubre de 2011

El cristiano ante la muerte

INTRODUCCIÓN

Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos.

O bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulminados por un paro cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.

Al final, de una manera u otra, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.

La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de un difunto: un cadáver.

Esta situación provoca en los familiares y la comunidad cristiana un clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Todo el que haya contemplado la dramática inmovilidad de un cadáver no necesita definiciones de diccionario para constatar que la muerte es algo terrible.

Ese ser querido, del que tantos recuerdos tenemos, que entrelazó su vida con la nuestra, es ahora un objeto, una cosa que hay que quitar de en medio, porque a la muerte sigue la descomposición. Hay que enterrarlo. Y después del funeral, al retirarnos de la tumba, vamos pensando con Becquer: ¡Qué solos y tristes se quedan los muertos!".


¿QUE ES LA MUERTE?

La definición dada por un diccionario muy en boga es:"La cesación definitiva de la vida". Y define la vida como "el resultado del juego de los órganos, que concurre al desarrollo y conservación del sujeto".

Habrá que reconocer que estas u otras definiciones tanto de la vida como de la muerte, no expresan toda la belleza de la primera y todo el horror de la segunda.

La muerte es trágica. El hombre, que es un ser viviente, se topa con la muerte, que es la contradicción de todo lo que un ser humano anhela: proyectos, futuro, esperanzas, ilusiones, perspectivas y magníficas realidades.


ACTITUD INSTINTIVA ANTE LA MUERTE.

No es de extrañar, pues, el horror a la muerte. Y no tan solo al misterioso momento de la "cesación de la vida", sino tal vez más, al proceso doloroso que nos lleve a la muerte.

Tenemos el maravilloso instinto de conservación que nos hace defender y luchar por la vida. Sabemos que la vida es un don formidable y la humanidad ama la vida, propaga la vida, defiende la vida, prolonga la vida y odia la muerte. En muchos casos luchamos por la vida aunque ésta sea un verdadero infierno.

Si hay personas que en el colmo de la desesperanza recurren al suicidio, lo normal es que no queremos morir y estamos dispuestos a pasar por todos los sufrimientos y a gastar toda nuestra fortuna para curar a un enfermo. Le peleamos a la muerte un ser querido a costa de lo que sea, de vez en cuando hasta en contra de la voluntad del interesado. ¡La vida es la vida!

Gracias a los progresos de la ciencia y la tecnología, podemos ahora recurrir a métodos sensacionales en la lucha contra la muerte.

Ejemplo formidable de ello es el trasplante de órganos, incluido el corazón. Por desgracia, en algunas ocasiones, esa lucha no es en realidad prolongación de la vida, sino de una dolorosa agonía sin sentido. Nos sentimos obligados a sacar del cuerpo del enfermo agonizante, hasta el último latido de un corazón que por sí solo se detendría, totalmente agotado.

Triste espectáculo el ver a nuestros ser querido lleno de tubos por todos lados y rodeado de sofisticados aparatos en una sala de terapia intensiva. No nos resignamos a dejarlo morir.


LA MUERTE DIGNA

Se plantea ahora la cuestión del derecho a una "muerte digna". Debemos entender por esto el derecho que tiene la persona a decidir por sí misma el tratamiento a su enfermedad. Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo normal de vida, no hay obligación de recurrir "a métodos extraordinarios" para prolongar la vida, según lo define la Iglesia. El enfermo tiene derecho de pedir que lo dejen morir en paz.

Puede llegar el momento en que no sea justo mantener artificialmente viva a una persona, a costa de la misma persona. Los sufrimientos de una agonía prolongada por una idea equivocada de lo que es la vida o lo que es la muerte, no tienen sentido.

Pero una cosa es prescindir de aquellos métodos extraordinarios y otra es la de provocar la muerte positivamente, crimen que es llamado eutanasia. Tampoco podemos llamar "muerte digna" al suicidio. Ni estamos obligados a posponer dolorosamente el momento de la muerte, ni podemos provocarla.


¿SABEMOS ALGO DEL MAS ALLÁ?

Desde que el hombre es hombre, ha tenido la intuición de que la vida, de alguna manera, no termina con la muerte. Los más antiguos testimonios arqueológicos de la humanidad son precisamente las tumbas, en las cuales podemos descubrir la idea que las diferentes culturas tenían del más allá.

Del mismo modo, el hombre siempre ha intentado de mil maneras, entrar en contacto con los difuntos. Diversas clases de espiritismo, apariciones, fantasmas, ánimas en pena, han sido un vano y supersticioso intento de trasponer los dinteles de la muerte y saber algo del más allá.

¡Cuántas teorías ha inventado el hombre! ¡Cuántos experimentos ha hecho! Proliferan libros, novelas y revistas desde las más inocentes hasta las más terroríficas, pasando por la ciencia-ficción que aparentando solidez científica, no hace sino descubrir su falsedad.

La realidad es que nuestros esfuerzos por investigar lo que sucede después de la muerte son por demás frustrantes. Podemos decir que todo queda en especulaciones, algunas totalmente equivocadas o fraudulentas, que no explican nada ni consuelan a nadie. No sabemos prácticamente nada.


UNA LUZ EN LAS TINIEBLAS

Sin embargo nuestro Creador, profundo conocedor de nuestra naturaleza humana, no podía habernos dejado en completas tinieblas acerca de un asunto tan inquietante e importante como es la muerte y lo que sucede en el más allá.

En su inmenso amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo Unigénito, su Segunda Persona Divina, como Luz del Mundo.

En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas quedan disipadas. Su infinita sabiduría nos ilumina hasta donde Él quiso que viéramos: "Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas".


SOMOS INMORTALES

Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo Testamento nos descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace atisbar lo que Dios tiene preparado para nosotros en la eternidad.

Lo primero que debería asombrarnos es que Dios, el eterno por antonomasia haya querido compartir nuestra naturaleza humana hasta el grado de sufrir El también la muerte.

Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a morir por nosotros. "Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil.2:8). El misterio de la Cruz nos enseña hasta qué punto el pecado es enemigo de la humanidad ya que se ensañó hasta en la humanidad santísima del Verbo Encarnado.

En su vida pública, el Señor Jesús se refirió de muchas maneras al momento de la muerte y su tremenda importancia.

En aquella ocasión en que los Saduceos, que ni creían en la otra vida, le preguntaron maliciosamente de quién sería una mujer que había tenido siete maridos cuando ésta muriera, Jesús les contestó: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, Pero los que sean juzgados dignos de entrar al otro mundo y de resucitar de entre los muertos, ya no se casarán. Sepan además que no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles. Y son hijos de Dios, pues El los ha resucitado" (Lc,20:34-36)

Cuando murió su amigo Lázaro, ante la profesión de fe de Marta, el Señor dijo: "Yo soy la Resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en M í, no morirá para siempre" (Jn. l1:25)

Hay que tener en cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en ocasiones se refiere explícitamente a la vida del cuerpo, que promete será restituida con la resurrección de la carne: "No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien, resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal, resucitarán para la condenación" (Jn.5:29).

En otras ocasiones, en cambio, se está refiriendo a la Vida de la Gracia o sea a la participación de su propia Vida Divina que nos comunica por amor.

Ejemplo de esto es el sublime discurso del "Pan de Vida "que San Juan nos transcribe en su capítulo sexto: "yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; el que coma de este Pan, vivirá para siempre" (Jn.6:51). Y más adelante, en el versículo 54 nos hace esta maravillosa promesa: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".


MUERTE Y RESURRECCIÓN

Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna.

En cierta manera, desde que por los Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra, de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de la que ya gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios.

Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom.8:11) lo expresa magníficamente:

"Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar en Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes".

El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable.

El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él. "Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fip.1:21) "Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col.3,4).


EL CIELO

Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a esta vida. Después de todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.

A partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas buenas de la vida y las malas, entre lo bello y lo feo, entre lo placentero y lo desagradable. Y trabajamos arduamente para obtener de la vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos.

No podernos negar que la vida puede ofrecernos cosas preciosas. Gozar de la belleza del mundo prodigioso, abrir los sentidos al cosmos entero, la inteligencia a los secretos que la materia encierra, aprender a amar y ser amados, crear obras de arte, terminar bien un trabajo, ver el fruto de nuestros afanes, tener lo que llamamos "satisfactores" por que precisamente satisfacen nuestros gustos, conocer otras culturas, leer un buen libro, etc...

No es fácil relativizar todo ello o restarle importancia. Nuestros parientes y amigos, nuestras posesiones, nuestros proyectos, son todo lo que tenemos y por lo que hemos trabajado toda la vida. Nos hemos gastado en ello, invirtiendo todas nuestras fuerzas.

Y por ello, ni pensamos en la otra vida. Ni en el Cielo ni el Infierno. Ni el Cielo nos atrae, ni el Infierno nos asusta. Vivimos inmersos en el tiempo, como si fueramos inmortales. Hablar de Cielo o de Infierno hasta puede parecer ridículo. ¡Y sin embargo es, una cosa u otra, nuestro destino ineludible!

No es el objeto de este Folleto hablar del Infierno, que hemos tratado en el Folleto EVC No. 58 sino de abrir los corazones, pero no podemos dejar de recomendar el No.272 "El Cielo", en que la EVC reproduce una magistral conferencia dictada por el Padre Monsabré.

Podemos decir que todos los goces o todas las penas de esta vida temporal, no tienen tanta importancia, no son para tanto. San Pablo, que fue arrebatado en éxtasis para tener un atisbo de los que nos espera, no puede describir con palabras humanas su experiencia: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1 Cor.2:9). Y en 11 Cor. 12:4, nos confía que arrebatado al paraíso, donde oyó palabras que no se pueden decir; son cosas que el hombre no sabría expresar".

Ante lo efímero de los goces o sufrimientos de esta vida, el mismo Apóstol nos recomienda en la carta a los Colosenses :

3:1-4, "Busquen las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo; piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra"


El CAMINO Y LA META

Esta manera de pensar puede ser comparada con un viaje: por encantador que sea el paisaje del camino eso no es lo importante, sino el llegar al lugar de destino. Sería una torpeza desear que el camino nunca terminara y olvidar que al fin de éste, nos esperan por ejemplo, unas vacaciones deliciosas a la orilla del mar.

Podría existir la posibilidad de que cambiáramos de opinión y decidiéramos detenernos en un lugar más hermoso que el mismo fin planeado anteriormente. Pero en la vida esto no puede suceder: vamos a la muerte indefectiblemente; no podemos detener el tiempo, no podemos "cambiar los planes". Y si avanzamos fatalmente al fin del viaje, es de sabios fijar nuestra vista en lo que nos puede esperar.

Podría alguien decir que pensar "en las cosas de arriba" como nos aconseja el Apóstol, va en detrimento del progreso de la humanidad y del desarrollo de todas las posibilidades del ser humano. Por eso dijo Marx que la religión era el opio de los pueblos. Y no le faltaba razón al estudiar ciertas religiones, sobre todo orientales, en las que parece que todo el esfuerzo humano radica en fugarse de la realidad cotidiana.

El cristianismo no cae en esa posición. La historia lo demuestra ampliamente al comprobar cómo ha sido precisamente en los países cristianos en donde se han dado los más grandes pasos en el bienestar del ser humano.

El peligro no radica tanto en 'fugarse" sino por el contrario en aferrarse en lo temporal, perdiendo de vista lo eterno. El auténtico seguidor de Jesucristo, al mismo tiempo que trabaja por hacer este mundo más habitable, no pierde de vista sin embargo, que esto no es sino el camino a la felicidad eterna y sin límites que Dios nos promete.

Vivimos con los pies bien asentados en la tierra, pero con el anhelo de obtener al fin de nuestros días, la corona de gloria eterna.


ENVEJECER ES MARAVILLOSO

El instinto de conservación y la falta de fe, nos hacen tener horror al envejecimiento irremediable. Hemos hecho de la juventud un mito. "Juventud, divino tesoro" dijo el poeta, y perder la juventud lo consideramos un drama.

Da pena ver a personas maduras y post-maduras, intentar defenderse de la calvicie, de las canas, de las arrugas... No logran, por supuesto, engañar a nadie y menos detener el tiempo.

Todas las operaciones de cirugía plástica que sufren, ni preservan la belleza juvenil, ni restan un sólo día a su avanzada edad. Todos esos intentos vanos por beber en la fuente de la eterna juventud, no hacen sino evidenciar que hemos perdido el sentido de la vida y de la muerte.

La edad no solamente nos hace poner en su justa medida las cosas temporales (cosa que los jóvenes no han aprendido todavía) sino que nos acercan más y más a Dios, nuestro último fin. Los ancianos llevan ventaja a los muchachos. Ya van llegando a su realización plena, van llegando a la meta.

El gran San Pablo nos escribe: "Por eso no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre." (II Cor.4:16-18)

Y no es que nos resignemos mansamente a lo inevitable. Es por el contrario la conciencia jubilosa de que estamos siendo llamados por Dios.

Las canas y arrugas son los signos de este gozoso llamado. Y las enfermedades y achaques nos dicen lo mismo: la meta está ya cerca. Pronto verás a Dios.

El gran San Ignacio de Antioquía, anciano y camino al martirio, avanza gozoso al encuentro con Dios y escribe a los romanos: "Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice:' Ven al Padre. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo".

¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la verdadera vida y que todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación!


LA LITURGIA DE LOS DIFUNTOS

La reforma litúrgica implementada a raíz del Concilio Vaticano II, ha puesto empeño en hacer resaltar los aspectos positivos del trance de la muerte. Lo primero que nos llama la atención es el abandono de los ornamentos color negro en las Misas de Difuntos, por ser el negro signo de duelo sin asomo de consuelo ni esperanza.

Sin ignorar el aspecto trágico de la muerte, lo que sería una falacia, el Ritual de Sacramentos en la introducción a las Exequias acentúa la esperanza del creyente. "A pesar de todo, la comunidad celebra la muerte con esperanza. El creyente, contra toda evidencia, muere confiado: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc.23:26)

En medio del enigma y la realidad tremenda de la muerte, se celebra la fe en el Dios que salva".

"En el corazón de la muerte, la iglesia proclama su esperanza en la resurrección. Mientras toda imaginación fracasa, ante la muerte, la iglesia afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz. La muerte corporal será vencida."

"En la celebración de la muerte, la iglesia festeja "el misterio pascual" con el que el difunto ha vivido identificado, afirmando así la esperanza de la vida recibida en el Bautismo, de la comunión plena con Dios y con los hombres honrados y justos y, en consecuencia, la posesión de la bienaventuranza"

En un equilibrio notable entre las realidades temporales como son el pecado y la muerte, en la Oración Colecta de la Misa de Difuntos, asegura la acción salvadora de Jesucristo: "Dios, Padre Todopoderoso, apoyados en nuestra fe, que proclama la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que concedas a nuestro hermano N. que así como ha participado ya de la muerte de Cristo, llegue también a participar de la alegría de su gloriosa resurrección".

Al mismo tiempo que se ora por el difunto, pidiendo al Señor se digne perdonar sus culpas, hay un grito de esperanza en la misericordia infinita del Salvador.

En la oración sobre las Ofrendas, queda expresado perfectamente este sentimiento: "Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación por nuestro hermano N. para que pueda encontrar como juez misericordioso a tu hijo Jesucristo, a quien por medio de la fe reconoció siempre como su Salvador".

"La muerte, es por tanto, un momento santo: el del amor perfecto, el de la entrega total, en el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente realizar la inocencia bautismal y volver a encontrar, más allá de los siglos, la vida del Paraíso" (Romano Guardini)

La mejor y más completa respuesta al problema de la muerte la encontramos en los escritos de San Pablo. Recordemos la, magnífica frase: "Al fin de los tiempos, la muerte quedará destruida para siempre, absorbida en la victoria" (I Cor.15:26).

Con el realismo que caracteriza a la Iglesia Católica, toda la liturgia de Difuntos, ofrece a Dios sufragios por los muertos, sabiendo que todos, en mayor o menor grado, hemos ofendido a Dios, pero con la plena confianza en la infinita misericordia divina, que garantiza al final el goce de la bienaventuranza. Por ello el libro del Apocalipsis nos enseña: "Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap.21:4).

Repetimos una y otra vez al orar por los nuestros: "Dale Señor el descanso eterno y brille para él la Luz Perpetua". Descanso de las luchas y fatigas de esta vida; luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.

"La Muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos".
San Agustín

"La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo".
FI. Novet

martes, 10 de mayo de 2011

Vivir la Pascua

Vivir la Pascua Nos felicitamos la Pascua. Cantamos la Pascua. Anunciamos de mil formas el misterio pascual. Pero, ¿vivimos este misterio? Cristo vive, decimos. Pero, ¿estamos resucitados con él? ¿O todo se reduce a un producto más de consumo?


Vivir la Pascua significa:

- Pasar por la cruz, como los hebreos "pasaron" por el mar rojo. El rostro y el cuerpo de Cristo glorioso está marcado por las cicatrices. No se puede llegar a la pascua, sin dar antes los pasos previos. No se puede llegar a la pascua sin romperse, como la losa del sepulcro, sin conseguir primero un despojo total y una entrega sin reservas, o una aceptación incondicional de la voluntad del Padre. Una pascua sin cruz no es más que una fiesta de primavera.

- Vivir en éxodo permanente, cuando se sale de Egipto deprisa y se come de pie, cuando nadie se instala en situaciones placenteras ni se conforma con las libertades conseguidas, cuando se afrontan los problemas que se presentan en cada hora, cuando no se renuncia a la tierra prometida.

- Creer en la esperanza, aceptando la "creación sin límites", la revolución posible, el cambio cualitativo, la propia superación de cada día. Aceptar al Dios sorpresa, al Dios que pasa, al Dios que viene, al Dios que se hace presente y está en cualquier persona o acontecimiento o en cada sacramento. (Jb. 1, 2). Y aceptar la sorpresa de Dios: su palabra, su regalo, su providencia, su amor. Aceptar la sorpresa de la vida, porque el futuro no está escrito. Aceptar la sorpresa de los hombres, que no siempre son rutinarios y mediocres. De este esperanza surge el talante pascual, firme y confiado:

- Dejarse renovar y recrear. Dejar que el Señor resucitado exhale su aliento sobre nosotros, su Espíritu creador, como al principio. Que su aliento vital dé nueva vida a nuestros huesos secos. Ser capaces de nacer de nuevo, "capaces de la santa novedad" (Liturgia). Ser capaces de alimentarse con "los panes ácimos de la sinceridad y la verdad". (1 Cor. 5, 8).

- Estar en Cristo. "El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Cor. S, 17). "Estar en Cristo": frase feliz acuñada y repetida por Pablo -casi 200 veces en el N.T.- resume todo el misterio de la pascua. No sólo anunciamos que Cristo vive, sino que Cristo vive en mí o que yo vivo en Cristo. Estar en Cristo es estar en la verdad y vivir en el amor; es dejarse ganar por su Espíritu, tener sus mismos sentimientos, responder a su llamada; es vivir la filiación, ser hijos en el Hijo, orar como él lo hizo, sentir la fraternidad y vivir la comunión. Estar en Cristo es acompañar, es escuchar, es trabajar, es morir y vivir en él; es ser él. Es:

-- "Vivir en la fe del Hijo de Dios, que amó y se entregó por mí". (Gl. 2, 20).

-- "Crucificar la carne con sus pasiones y sus apetencias" (Gl. 5, 24).

-- "Estar crucificado para el mundo" (Gl. 6, 14).

-- "Revestirse del hombre nuevo" (Ef. 4, 24).

-- "No tener otra vida que Cristo". (Flp. I, 21).

-- "Tener por basura" todo lo que no sea Cristo. (Flp. 3, 8).

-- "Dejarse alcanzar por Cristo". (Flp. 3, 12).

-- "Vivir según Cristo Jesús... enraizados y edificados en él". (Col. 2,6)

-- "Resucitar con Cristo, buscando las cosas de arriba, donde está Cristo". (Col. 3, 1).

-- vivir en el amor. Es el fruto de la vida en Cristo. Amar, dejarse amar, ser amor. Morir al egoísmo cada día, perdonar 70 veces 7, servir por encima de las propias fuerzas, entregarse hasta el fin.

Esto es la Pascua: un amor más fuerte que la muerte, fogonazo que consume todas las ataduras, libertad definitiva, la paz como un torrente que inunda, la perfecta alegría. Feliz Pascua de resurrección.


CARITAS
UN PUEBLO POBRE
CUARESMA 1985.Págs. 115 ss.

viernes, 11 de marzo de 2011

LA CRUZ DE CADA DÍA


— No puede haber un Cristianismo verdadero sin Cruz. La Cruz del Señor es fuente de paz y de alegría.
— La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
— Ofrecer las contrariedades. Detalles pequeños de mortificación.

La Cuaresma nos recuerda que para seguir a Cristo es preciso llevar la propia Cruz: También les decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.

El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Estas palabras de Jesús conservan hoy su más pleno valor. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. «Un Cristianismo del que se pretendiera arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan solo de nombre; ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres». Sería un Cristianismo sin Redención, sin Salvación.
Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de la Cruz, de la pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación.

Por otra parte, huir de la Cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz en medio de la tribulación y de dificultades externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.

Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior. Dice San Juan de la Cruz que si hay pocos que llegan a un alto estado de unión con Dios se debe a que muchos no quieren sujetarse «a mayor desconsuelo y mortificación». Y escribe el mismo santo: «Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz».

No olvidemos, pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. «Esta es la gran paradoja que lleva consigo la mortificación cristiana. Aparentemente, el aceptar y, más, el buscar el sufrimiento parece que debiera hacer de los buenos cristianos, en la práctica, los seres más tristes, los hombres que “peor lo pasan”.

»La realidad es bien distinta. La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios, de amarle con esfuerzo. Los buenos cristianos viven quasi tristes, semper autem gaudentes (2 Cor 6, 10): como si estuvieran tristes, pero en realidad siempre alegres».
 «La Cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo (...).»

El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla die sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz».

La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que produce nuestros egoísmos, envidias, pereza, etcétera, no son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro amar desordenado. Esto no es del Señor, no santifica.

En alguna ocasión, encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido: «(...) no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.

»Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene –oculta o descarada e insolente– cuando no la esperamos». El Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables. Comprendemos que Dios bendice de muchas maneras, y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su Cruz y corredentores con Él.
Sin embargo, lo normal será que encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la capacidad de trabajo en ese día...
Hemos de recibir estas contrariedades diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación: sin quejarnos, pues esa queja frecuentemente señala el rechazo de la Cruz. Estas mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Si las recibiéramos con mal espíritu podrían sernos motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. Muchos cristianos han perdido la alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas dificultades que han ido surgiendo durante el día. La Cruz –pequeña o grande– aceptada, produce paz y gozo en medio del dolor y está cargada de méritos para la vida eterna; cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una íntima rebeldía, que sale enseguida al exterior en forma de tristeza y de mal humor. «Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir comprender el dolor humano, y, por último, saber amar verdaderamente». El cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye también la propia santidad.

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... Además de aceptar la Cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Para progresar en la vida interior será de gran ayuda tener varias mortificaciones pequeñas fijas, previstas de antemano, para hacerlas cada día.

Estas mortificaciones buscadas por amor a Dios serán valiosísimas para vencer la pereza, el egoísmo que aflora en todo instante, la soberbia, etc. Unas nos facilitarán el trabajo, teniendo en cuenta los detalles, la puntualidad, el orden, la intensidad, el cuidado de los instrumentos que utilizamos; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad, en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos: saber sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás, facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas cosas de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, si lo tuviéramos, nuestro malhumor; otras mortificaciones están orientadas a vencer la comodidad, a guardar los sentidos internos y externos, a vencer la curiosidad; mortificaciones concretas en la comida, en el cuidado del arreglo personal, etcétera. No es preciso que sean cosas muy grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor a Dios.

Como la tendencia general de la naturaleza humana es la de rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en esta materia, para no quedarnos solo en los buenos deseos. Por eso en ocasiones será muy útil incluso apuntarlas, para repasarlas en el examen o en otros momentos del día y no dejar que se olviden. Recordemos también que las mortificaciones más gratas al Señor son aquellas que hacen referencia a la caridad, al apostolado y al cumplimiento más fiel de nuestro deber.

Digámosle a Jesús, al acabar nuestro diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle, cargando con la Cruz, hoy y todos los días

martes, 7 de septiembre de 2010

Experiencia de vida.

No me paro a narrar los hechos acaecidos el sábado 28 de madrugada, día de S. Agustín, africano, a quien atribuyo la intercesión ante nuestro Señor tanto por la persona agresora como por mi mismo que ambos saliéramos ilesos del percance.

Los escribo, en primer lugar para que se enteren “las sordas”, que la semana pasada a pesar de decirlo en las homilías no se enteraron, en segundo lugar porque si os lo explicara de viva voz me emocionaría y prefiero llegar hasta el finaL del mensaje y en tercer lugar para que lo podáis explicar a quien os lo pida.


Ha sido una semana intensa de emociones que me ha hecho crecer aún más a nivel humano y sobre todo de fe.


A nivel humano, como sabéis hace tiempo que vengo diciendo que necesito un cambio y es que los tiempos de monotonía me sientan mal. Hemos nacido para estar inquietos. Esto que ha pasado, una vez se sosieguen los nervios, será como un nuevo empezar. De hecho tengo la sensación de que todos los días son nuevos, un regalo de Dios.


Desde el punto de vista de la fe la experiencia esta siendo honda y rica, como unos ejercicios espirituales. No sabéis que diferente se reza el Padre nuestro. “Libranos del mal...” “Perdona nuestras ofensas como...” y sobre todo la vivencia de un trocito de la cruz. Cruz que padecen los sin papeles, los perseguidos y maltratados... Existen, están entre nosotros y les toca vivir cada día la angustia y la incertidumbre. Esa cruz, la cruz de Cristo es ignorada. El murió por nosotros y nosotros debemos de entregar la vida por los hermanos. Así lo han hecho los que han ayudado a la persona agresora y todos los que estamos preocupados por él, porque él es la verdadera víctima: sin papeles, enfermo mental, sin futuro en nuestro país y sin deseo de volver al suyo. Esperemos que por fin reconozca las dificultades que tiene de integrarse aquí y quiera regresar.

La cruz es ignorada y vista como inútil. Pero es la que da sentido a nuestra vida. A pesar de que nos digan “os está bien empleado por ayudar a esa gente” seguiremos luchando por un mundo más justo. A pesar de que nos digan “les dáis comida y la vienen a buscar en cochazos” como sabemos que lo normal no es eso, seguiremos ayudando. A pesar de que ignoran el dolor y el sufrimiento de un vecino que está siendo agredido... – no había nadie en la calle, y los que se asomaron se escondieron sigilosamente – seguiremos ayudando. Nos equivocaremos muchas más veces porque esa es nuestra misión. Nosotros no podemos ignorar el sufrimiento humano porque es el sufrimiento de Jesús en la cruz que da su vida por nosotros para redimirnos a través del amor entregado.


Respecto a mi persona no tengo miedo, y no por ser un ingenuo, puesto que hemos reforzado las medidas de seguridad. Hace más de veinte años, cuando empecé a trabajar con los enfermos de SIDA y en aquel tiempo no se conocía mucho la enfermedad, mucha gente tenía miedo del contagio. Yo le dije a Nuestro Señor: “Aquí estoy para hacer tu voluntad, para estar con estos que nadie quiere, si me muero tu te pierdes un cura, y con lo mal que andamos de clero tú mismo, a mi me da igual morirme o servir a los demás” Con la misma familiaridad que se habla a un padre así le hablé al Señor poniéndome en sus manos. Y desde entonces sigo en lo mismo. Cada día es un regalo del Señor para ponernos a su disposición.


He comprobado las muestras de afecto y cariño sincero de vosotros, desde los que no os habéis atrevido a llamar pero os habéis interesado, hasta los que habéis insistido en que me fuera a pasar unos días a vuestra casa. ¡Cuanta familia tiene un cura! La que más valoro es la de mi madre, a la que tardé en contárselo seis días. Fui a su casa, a Badalona y después de una cena donde los dos intentábamos estar serenos, después de compartir la sobremesa con mi hermana y mi cuñado, ya tarde, dice “vamos” haciendo un ademán de levantarse, y digo yo “eso, vamos a descansar que es tarde”. Ella dice “vamos... a Terrassa” Cansada como está por el peso de los años quería venirse para cuidarme. Es una mujer de pocas palabras y besos, pero los hechos son de oro de muchos quilates.


He comprobado en estos días la fragilidad de la vida, el misterio de la vida. Cada día, cada segundo, es un regalo. Podemos perder la vida de tantas maneras y no valoramos lo que tenemos.


He vivido la indignación de un país desorganizado: no podemos tener a gente sin papeles, sin recursos, abocados a la desesperación. No se trata de poner un estado policial, ni de aumentar las penas de prisión, se trata de poner orden con tantas personas que están fuera de lugar, que no les dejamos entrar en el sistema pero tampoco les ofrecemos otra alternativa.


Hemos vivido la decepción de que el agresor formara parte de la comunidad. Supongo que todos hemos aprendido que ser católico, o sacerdote, no es una garantía de buena conducta. Aquí hemos fallado cuando a lo largo de los meses las conductas violentas y de no integración las disculpábamos porque formaba parte de la comunidad. La discriminación positiva es un error.


Me duele enormemente la “etiqueta” que nos quieren poner como parroquia peligrosa, uniendo este hecho con los que pasaron con el anterior párroco. Son casualidades. Espero que la lucha por “normalizar” siga adelante. La peor marginación es la de la fama. A veces hay gente que para sentirse ellos bien necesitan que los demás sean desgraciados. Y si se empeñan en que seamos marginados lo seremos. Como aquel que lo iban a enterrar y dice: eh! que no estoy muerto... Y le responden calla lo que estás es mal enterrado.


Finalmente de todo esto no me quito de la cabeza al pobre chico que es la verdadera víctima. Cada bocado de comida me sabe mal cuando pienso que estará perdido por las calles. Tengo claro que debe de aprender los límites de nuestra sociedad: respeto a la autoridad, a las personas, a la propiedad privada y la manera de comunicarse en castellano o catalán que nunca quiso aprender, y no con la violencia como a veces lo hacía. Todo eso no hemos sabido enseñárselo. Recemos por que lo aprenda y pueda encontrar un lugar donde vivir pacíficamente.


Gracias a todos.

Mn. Alfons Gea Romero.
Rector de la Parròquia Mare de Déu de Montserrat.

lunes, 23 de marzo de 2009

TESTIMONI DE LA GERMANETA DE L’ASSUMPCIÓ, TERESA MIQUEL I TORRENTS, EN MOTIU DELS SEUS 50 ANYS DE CONSAGRACIÓ A DÉU.


Cuando Joan, nuestro rector, me llamó para venir a compartir mis “Bodas de Oro”-“Noces d’Or” de consagración a dios y también decir unas palabras para animarnos a vivir mejor la Cuaresma, me vino muy grande… y también por mi rodilla…
Recapacité y pensé que teníais derecho a pedírmelo ya que he pasado una buena parte de estos años con vosotros y que tengo mucho que agradeceros. Además aprovecho para daros las gracias por la sorpresa de venir a acompañarme. Fue una fiesta sencilla, pero llena de amor por todas partes. ¡Mira que hizo un día bien lluvioso!, pero hermoso.
No sé explicaros la alegría que sentía por la fidelidad de Dios conmigo en estos años y al ver tanta gente que habíamos compartido la vida y caminado juntos. Me sentí muy serena y así disfrutamos todos, ¿verdad?

-¿Qué os diré?. A los 18 años ya sentí que Dios me llamaba para entregarme más a Él y a los demás, y no solamente a una familia. No entré hasta los 24 años y ¡vaya familia que tengo ahora!. Por pura casualidad conocí a las “Hermanitas de la Asunción” y Dios me hizo ver que era el lugar donde poder entregarme más a Él y a los hermanos del mundo obrero, empobrecidos y sus familias, con gestos sencillos e intentando pasar el Mensaje de la Buena Nueva del Evangelio. Al principio me costó adaptarme, como es normal, pero después ENDAVANT. Dios te va animando constantemente y sin darte cuenta te das y te das… y te sientas más llena y feliz.
No ha sido siempre fácil convivir en casa. El ir aceptando personas que se iban confiando a nosotras, que eran de diversos lugares y que has sufrido con ellas al ver que no llegabas a dar lo necesario en diversos sentidos.
Vino el Concilio vaticano II, que acogimos con gran alegría, ero nos supuso esfuerzos y cambios. Tienes la gran ventaja de ir tratando personas de todas las edades y esto te va estimulando… De verdad que estos años no se me han hecho pesados. Ha habido de todo, como es normal, bueno y malo, pero he sentido que Él andaba siempre conmigo y si me desanimaba, volvía a levantarme…
Mi vida consagrada a Dios, no es superior a la de cualquier otra persona. Lo importante es que cada uno siga lo mejor posible su CAMINO elegido.

-Aquel día de la celebración, en el Ofertorio de la Misa, ratifiqué mis votos, que había hecho en el año 1959:
En la pobreza, llevando una vida de austeridad y del compartir.
En la castidad, amando a todos los que se me acercaban sin hacer excepción alguna de personas.
En la obediencia, teniendo plena disponibilidad y dialogando, con mis amas para las decisiones a tomar.
Todo ello para siempre, vivido en la Congregación de las Hermanitas de la Asunción, entregando toda mi vida al servicio del Mundo Obrero, empobrecidos y sus familias, comprometiéndome a seguir a Jesús en el Evangelio y la Regla de vida de la Congregación.
Lo confiaba todo a María, mujer sencilla de Nazaret, madre de Jesús y madre nuestra.
Después de la comunión, fue el momento de la acción de gracias:
Por haberme llamado a seguirle a Él en una Congregación tan sencilla, abierta y de promoción de las personas. Estando siempre al servicio de los más amados por Él.
Agradecí las comunidades en las que he convivido y que nos hemos evangelizado mutuamente. También en momentos de enfado, nos hemos perdonado.
Por los sacerdotes que me han ayudado en mis momentos de flaqueza y pecado. No olvidé a Lluís Bonet del cual aprendí su disponibilidad y ayuda al que lo necesitaba.
No olvidé a mi familia. De los padres, que recibí el fundamento de ser cristiana y demás hermanos, tres de ellos ya están con Dios. Hemos pasado dificultades, pero gracias a la fe se han ido solucionando o soportando. Nos hemos amado siempre mucho. ¡Es una gran suerte!.
Recordé lo mucho que había recibido de todas las personas donde había permanecido. Los nombres estaban entre Bilbao, Linares, Terrassa, Hospitalet, Santa Coloma, Sant Andreu. Su recuerdo estaba en un rinconcito de mi corazón, amándoles y rogando por ellos. Entre todos me habéis hecho más sencilla y cercana.
Por fin, agradecí los muchos grupos donde habíamos discutido y hecho reivindicaciones, etc… Sus nombres son: Fraternidad de Asunción; Justicia y Paz; Acción Católica Obrera (ACO); Catequesis de adultos; Bautismos; Revisiones de Vida; Evangelio y Vida; Niños, Jóvenes y sus madres; Asociaciones de Vecinos; Teléfon de l’Esperança; Vida Creixent, etc…
También pedí perdón a Dios pues seguro que esperaba más de mi generosidad y le pedí que no se cansara de llamarme, aunque tardara a contestarle. Y ahora de mayor, le pedí que no dejara en mis deseos de seguirle, trabajando con otros para hacer un mundo mejor, especialmente en estos momentos de crisis, ayudando en todo lo posible llevando esperanza.

La Cuaresma

La Iglesia nos propone este tiempo, como una llamada a la conversión, sobre todo de nuestro corazón.
No es un tiempo triste… Des de un principio tiene un sentido ascendente, para prepararnos a la Fiesta de Pascua, o sea la Resurrección de Cristo, después de pasar por la muerte en cruz.
El ayuno y demás prácticas que podamos hacer no tienen valor en si mismas. Lo que Dios espera de nosotros es el Amor a los hermanos.
Si escuchamos con amor al que está triste y ayudamos al que nos pueda necesitar, haremos brillar la luz en el mundo. Cada uno de nosotros, somos lucecitas y necesitados de Dios… La ayuda entre hermanos es muy necesaria ¡hay tanta soledad!. El buen ejemplo ayuda y arrastra…
Este tiempo en que queremos acercarnos más a Dios, nos ayudará a dedicar tiempo y atención a la Palabra de Dios . Esta Palabra es viva y siempre eficaz y da fruto. Nos va modificando para tener un “estilo de vida” que será el resultado del seguimiento de Jesús en lo que encontramos en el Evangelio, ante la Palabra de Dios. También nos revisamos para ver nuestro comportamiento con los hermanos (críticas, envidias, etc…). Va bien este tiempo para acercarnos a pedir perdón a Dios y a los que hemos podido molestar…
Se nos llama a tener más Oración (intentar dejar las oraciones que hacemos de rutina). Es el trato con Jesús como nuestro mejor amigo. Tenemos mucho ruido a nuestro alrededor y hemos de buscar algún tiempo para el silencio y entrar en nuestro interior. Si no buscamos silencio, y es muy necesario, cada vez lo buscaremos menos… Tenemos como una “artrosis espiritual”, cuando sabemos que Dios está esperándonos para compartir nuestras vidas con Él. ¿No podíamos dejar un poco o mucho la T.V.?
También nos ayudará mucho, acercarnos a la Mesa del Señor. Asistir más a menudo a la Eucaristía o Misa, que es fuente de vida eterna. Se repiten los gestos de Jesús en la última Cena, pero cada día es nueva. Nos encontramos juntos los cristianos para compartir el mismo Pan, el Cuerpo del Señor y compartir nuestra vida, con sus alegrías y sufrimientos.
También es una riqueza escuchar la Palabra de Dios juntos. De ahí la importancia del encuentro de los Domingos .

Se nos anima y estimula a vivir de verdad nuestro compartir los buebes, por pequelis que sean… Más aún, teniendo en cuenta la dichosa crisis mundial que va llegando a muchos hogares, sobre todo a nosotros, el mundo obrero. Cada uno de nosotros, sabe de que puede privarse y que no nos perjudicará mucho, aunque puede costarnos hacer el gesto…
Muchas pequeñas ayudas, van sumando cantidades que no serían posible de otra manera. Por ejemplo, en la fiesta de mi acción de gracias, con vuestros donativos y otros, se llegó a la suma de 2.2150 E, que serán destinados a un Proyecto para madres jóvenes en el Congo. Muchas gracias, y continuemos siendo generosos.
Al final del Cuaresma llegaremos a la Fiesta de Pascua, de la Resurrección del Señor.

Resumiendo, es un tiempo en el cual se nos invita a mejorar, en el que:
Recibimos una llamada a la conversión de nuestro corazón.
Dios espera nuestro Amor hacia Él y con los Hermanos, de verdad.
Debemos dedicar más tiempo a la Oración. Tiempo de silencia, no de TV.
Nos sentemos a menudo en la Mesa del Señor, la Eucaristía, la Misa.
Compartamos nuestros bienes, por pequeños que sean.

Al igual que a vosotros, me lo digo a mi. Ver en que queremos fijarnos más para seguir
mejor a Jesús. Seremos más felices y haremos más felices a los demás.





DISSABTE 14 DE MARÇ DE 2009,

A LA CRIPTA DE L’ESGLÉSIA DE SANT CRISTÒFOR DE TERRASSA